entrega 8
Lucilla tenía los dientes más perfectos que él hubiera visto. Desde un rincón del bar, no pudo dejar de observarla mientras reía. Tenía una copa de vino entre las manos y había puesto su teléfono móvil encima de la mesita. Su pierna derecha, por encima de la izquierda se balanceaba suavemente. Alguien la acompañaba pero luego se quedó sola. Dio una mirada al lugar hasta que coincidieran.
El se levantó de la silla y cruzó el salón. Empezó a llover y un fuerte ruido se dejó oír. Lucilla echó atrás la cabeza y las puntas de sus cabellos rozaron el abrigo de Eduard mientras pasaba.
Una vez afuera, terminó su cigarrillo. Las gotas iban a arruinar sus zapatos nuevos. Subió a su automóvil y encendió la radio. Avanzó por la carretera, las luces iban desapareciendo, era viernes y había que preparar la maleta, mañana tal vez buscar un pequeño regalo para ella en el aeropuerto.
El se levantó de la silla y cruzó el salón. Empezó a llover y un fuerte ruido se dejó oír. Lucilla echó atrás la cabeza y las puntas de sus cabellos rozaron el abrigo de Eduard mientras pasaba.
Una vez afuera, terminó su cigarrillo. Las gotas iban a arruinar sus zapatos nuevos. Subió a su automóvil y encendió la radio. Avanzó por la carretera, las luces iban desapareciendo, era viernes y había que preparar la maleta, mañana tal vez buscar un pequeño regalo para ella en el aeropuerto.
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